Recuerdo con claridad el día en que nos sentamos todos juntos para leer el testamento de mis padres. Obviamente, no era una situación fácil; acabábamos de despedirlos y las emociones estaban a flor de piel. Sin embargo, ese momento, que podría haber estado cargado de tensión y desacuerdos, transcurrió en una calma que nunca habría imaginado. Hoy sé que fue gracias a la decisión responsable que tomaron al hacer su testamento con la debida antelación en una notaría especializada.
En Galicia, que tiene una legislación con algunas diferencias con respecto al resto de España en cuestiones de herencias, la elaboración de un testamento no solo es una medida de organización, sino también un acto de amor. La legislación gallega ofrece particularidades que lo hacen especialmente beneficioso. Por ejemplo, permite dividir los bienes en tres tercios: uno destinado a la legítima estricta, otro para mejora y un último de libre disposición. Mis padres usaron esta flexibilidad para asegurarse de que cada uno de nosotros recibiera lo que consideraban justo, sin generar desigualdades que pudieran herir sensibilidades.
Recuerdo que mi madre siempre decía: "No quiero que mis hijos se enfrenten por algo que he construido con amor". Con esa idea clara, acudieron al notario para redactar su testamento. En Galicia, también se puede optar por el testamento mancomunado, ideal para parejas que desean reflejar sus últimas voluntades de forma conjunta. Mis padres aprovecharon esta opción, lo que les permitió realizar una planificación de manera coordinada y evitar confusiones en el futuro.
La lectura del testamento dejó todo perfectamente claro. Mi hermana menor, que había cuidado de ellos durante sus últimos años, recibió una mejora en su parte, algo que todos consideramos justo. Además, se designó la distribución del resto de los bienes respetando los tercios de la herencia. La claridad del documento evitó discusiones y ayudó a que nos centráramos en lo más importante: honrar su memoria.
Está claro que hacer un testamento no solo previene conflictos familiares, sino que también simplifica los trámites legales y reduce los costes. En nuestro caso, ahorramos tiempo y energía al no tener que iniciar una declaración de herederos, que en ocasiones puede ser un proceso largo y complicado. Además, como el testamento ya había considerado aspectos fiscales, no hubo sorpresas desagradables relacionadas con impuestos.
Hoy, miro atrás con gratitud por la decisión que tomaron mis padres. Gracias a ese simple documento, gestionado con la ayuda de una notaría con experiencia, pudimos despedirnos de ellos en paz, sin el peso de conflictos ni incertidumbres. Si algo he aprendido de esta experiencia, es que dejar un testamento no solo organiza bienes, sino que también asegura que las familias permanezcan unidas, incluso cuando el pilar que las sostenía ya no está presente.